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lunes, 28 de marzo de 2016

Relatos rotos: número dos

Todos somos senda, paso y pies.
 Caminamos torpes, lentos, sin aliento. Andamos decididos, rápidos, con prisas.
Sendas por el bosque, por la ciudad. Sendas predefinidas, vírgenes, exóticas, comunes. Sendas con miedo, con valor, gratuitas. 
Pasos solitarios, encontrados, tímidos, alegres, intencionados, de gigante, íntimos, compartidos, desnudos, en compañía. Pasos con cuatro pies.
Pies calzados, heridos, sin macúla. Pies que se descalzan, se curan, se manchan. Pies que andan aún en reposo. Pies que caminan sin moverse. 
Y los pasos van dando con otros pasos. Y cambia la senda, el paso y hasta los pies. Cambia la decisión, la prisa y la torpeza. El camino se hace vida. La vida quiere senderos por hacer, por los que caminar. Quiere pasos que la pongan en ruta. Quiere pies que la anden. 
Porque todos somos senda, paso y pies.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Micro-poemas, número uno

Sentarme en la arena
Una duna gris inmóvil
Con vegetación reseca
Retorcerme los dedos
Morderme los nudillos
Devanarme los sesos
Mirar al mar
Al infinito
Me puede sanar
O puede rematarme
Inhalar una  brisa
Exhalar un temporal
Dejar salir la tempestad
De mi cabeza
Con el oleaje
En mis pulmones
Curarme
Solo eso
Sin más intenciones

domingo, 13 de marzo de 2016

Connie Willis y los viajes en el tiempo

Un tema que me apasiona a mí y a mucha gente es el de los viajes en el tiempo, tan explotado en cine y literatura.  Parece imposible pero, ¿a qué sería genial? Pasearse por la Inglaterra victoriana, la Francia revolucionaria,  la España de los árabes o incluso el Egipto de los faraones.O simplemente volver atrás, a los años de la infancia.

Hay una escritora y una serie de libros que me gustan en particular. Es Connie Willis y sus novelas sobre los historiadores de Oxford:

-El libro del día del juicio final
- Por no mencionar al perro
- El  apagón
- Cese de alerta

En estos libros, diferentes personajes viajan al pasado para  observar e investigar en primera persona diversos hechos históricos. Y como es lógico, no siempre sale todo bien. Sus novelas están llenas de azar, casualidades y contratiempos.

En "El libro del día del juicio final" una historiadora acaba por error en la época de la peste negra. 

"Por no mencionar al perro" es la más divertida de las historias que leí de esta autora, aunque todas tienen sus toques de humor. Transcurre en la Inglaterra victoriana. 

En "El apagón" y "Cese de alerta" tres jóvenes historiadores van a la Inglaterra de la II Guerra Mundial, a la época de 1940. 

Relacionada, pero sin encajar del todo,  está también la novela 'Los sueños de Lincoln' de la misma autora. En ella el viaje en el tiempo es más bien mental.

Tiene además algún relato o novela más corta sobre el tema que aún no he podido leer.

En cuanto a la autora, destacar su prosa cercana y amena. Sus novelas suelen ser largas pero no se hacen pesadas, es más, llegas al final queriendo que continue. Sabe imprimir el ritmo preciso a la historia, pausado en ocasiones y trepidante cuando es necesario.

Ha ganado varios premios, sobre todo en la categoría de ciencia ficción y fantasía. Sus libros merecieron en ocasiones el Locus, el Hugo y el Nébula, por citar algunos. A mí me gusta que se reconozca la labor de mis escritores favoritos, aunque no suelo fijarme en galardones. Yo ojeo un libro y si me gusta lo leo.

Así fue como descubrí a esta escritora, mirando un libro por casualidad, mientras hacía la compra. Tenían libros expuestos en la entrada y el título de uno de ellos me sedujo. Se trataba de 'Tránsito', que aún conservo y releo a trozos en ocasiones.Paradójicamente, este fantástico libro no tiene nada que ver con el tema que nos atañe.

 Pero no os lo voy a desvelar, hoy al menos no.

jueves, 10 de marzo de 2016

Marafariña: La magia de lo infinitamente hermoso

Un buen día me hice seguidora en Facebook de la biblioteca de un  pueblo cercano. No recuerdo bien el motivo, creo que fue buscando su horario de apertura.

En mi muro apareció un tiempo después una foto de una chica joven que estaba besando un libro como una madre besaría a su bebé recién nacido.

Me quedé un rato mirándola, divagando sobre la pasión que la literatura puede desatar, que engendra en tantas personas. Ese amor casi maternal que relucía en los ojos de la autora.

Y otro buen día, visitando la biblioteca curioseando todo como acostumbro hacer en esos lugares, vi el libro y lo reconocí por lo verde de su portada.

Parecía gordo, lo cogí y comprobé que pesaba. Me suelen gustar los libros bien hermosos, entrados en carnes, o en páginas, más bien.

Así que me puse a ojearlo y a leer el principio. Era bien hermoso también por dentro. Es decir, me gustó lo que leí, me gustó tanto que no lo olvidé, que lo estuve buscando y finalmente compré el ebook.

Y al fin, pude conocer a Ruth y a Olga, enamorarme platónicamente de Mario,  pude meter los pies en las frías aguas del río, pasear por la playa y perderme en el bosque de Marafariña. Porque leer el libro es casi como estar allí.  Estar en un lugar con la magia de lo bello.

El libro tiene una historia que contar y una mano maestra que sabe escribirla, darle vida sobre el papel. Dos cosas fundamentales en toda novela que se precie. 

Las diferentes historias de amor que aparecen en el libro son creíbles, reales, están bien narradas. El romance para mí es el punto flaco de muchas novelas, algo que parece realmente difícil de plasmar, incluso para autores con fama y prestigio reconocidos.

Se sumerje en la intimidad de los personajes de modo que podemos meternos de lleno en sus mentes: en sus miedos, en sus anhelos y hasta en sus sueños. Las escenas onirícas se me hicieron especialmente gratas e  interesantes. 

El tema de la fe, de las creencias, está tratado de un modo valiente, sincero. Al principio dudé si divagar sobre este tema, para mí tan complejo, aquí. Pero tras meditarlo un poco decidí atreverme.  La fe no moverá montañas pero crea conflictos de modo constante, conflictos en el interior de la mente de las personas y en las relaciones entre ellas. No quiero desvelar más de la cuenta pero nos introduce en un mundo cercano y desconocido a la vez, de una comunidad de  personas aparentemente felices con su religión. Pero, ¿es realmente así? ¿ O hay personas que simplemente se dejan arrastrar por la corriente? ¿ Puede haber además gente que en ese entorno deje de creer, que decida convertirse a otra religión o simplemente ser agnóstico? Son dudas que me surgieron durante la lectura. 

Volviendo al libro, me recuerda un poco al realismo mágico. Es muy descriptivo, lo que te permite involucrarte en la historia con profundidad. Y la forma de expresarse de su autora es maravillosa, en mi humilde opinión. Tiene un aire antiguo, añejo, que deja buen sabor de boca. 

Pero no es un libro para todo el público, es un libro que puedes adorar o que te puede disgustar. Creo que no todos pueden entender algo así ni disfrutarlo. No es el típico que al acabarlo piensas: Bueno, no está mal. Y sigues con tus cosas para olvidarlo a los cinco minutos. No es un libro que te deje indiferente.  

Lo que más me gustó es la visión que da de Galicia, como el paraíso que puede llegar a ser, que en realidad es, pero que tantas veces despreciamos. Es casi una oda a esta tierra. 

En una sola palabra, es magia.

Y esta es la historia de como descubrí 'Marafariña', de Miriam Beizana Vigo. Fue por casualidad, como tantos otros libros maravillosos que llegaron a mis manos.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Relatos rotos: número uno

Romper en aplausos. Romper a llover. Romper a reír. Romper a llorar. Simplemente, romperse.

Hoy necesito hacerme pedacitos, pulverizarme, romperme. Y lo hago con un lápiz oscuro sobre papel cremoso. Me rompo con fuerza y con miedo, con angustia y alegría a la vez. Necesito inventarme, liberarme, abrir las ventanas y soltar esos fantasmas que pueblan mi desván, mi cabeza.

Todo se lo debo a ella, que no me lee, no me escucha ni me ve. Que no siente como me rompo en trocitos cada vez que me roza, que me habla, que me mira.

Ella, mi amiga. Ella, el amor de mi vida. Todavía recuerdo su expresión cuando me atreví a dejar volar esas palabras, esos sentimientos, que planearon sobre nosotros desde entonces. Creo recordar que me llamó idiota, se rió con su risa sarcástica y amarga y me miró como a un niño desamparado. Pero es así, es la mujer de mi vida. No la primera, pero tal vez la última, porque no puedo ni quiero soñar con otra.

Y hoy necesito dejar ir ese amor desvelado, torturado e imposible. Hoy necesito verla como ella quiere que la vea, ser sólo amigos, ser lo que ella desea que seamos. Porque no me ama como soy, nunca me amó. Solo quiso la idea de lo que  pude llegar a ser y nunca seré. Incluso llegó a decírmelo hace tiempo y tuve que tragarme mi dolor junto con mi orgullo testarudo.

Debo dejarla ir y, para eso, dejar ir lo que soy. O gran parte de lo que creo ser. Romper. Romperme. Destrozarme. Para poder volver a construirme. Para construirla de nuevo en mi mente, tal y como es y no como yo la veo.

Y romper. Romperme. Y romperla.

lunes, 7 de marzo de 2016

Mentes desamuebladas: Ex-patrullero

El relato de hoy forma parte del mundo de los 'patrulleros' pero es diferente. Parto de un punto de vista distinto y la manera de contar la historia es confusa de manera intencionada.  Es una especie de experimento literario, por ponerle un nombre.

Ex- patrullero

Polvo de neumático, calor y aliento de asfalto, camino entre vapores de verano. En un portal, medio escondidos, un chico y una chica se comen a besos. Se abrazan y se separan un instante para volver a besarse. Un perro suelto y ligero pasa trotando a mi lado. Su dueña le sigue con la correa en la mano. Le echo veinte años, es bonita y tiene una expresión de ternura en el rostro. Yo tengo treinta y no tengo ternura ni belleza ni casi vida. Solo quiero llegar a casa.Cerveza fría, sin  alcohol,  y sofá. Y olvidarme de todo. De la pareja, el perro, la chica y el asfalto caliente. 
Me coloco la mochila y sigo caminando. El sol se oculta ya entre los edificios. Y busco en mis bolsillos las llaves del portal. Subo dejando a mi paso cada puerta cerrada con llave. Cierro las persianas y coloco un cartón bajo la puerta. Una costumbre antigua y ya sin sentido. Pero me cuesta soltar lo que fui, atesoro mis defectos como reliquias. Cerveza y cena fría, apenas tengo hambre y acabo fumando un cigarro entre trago y trago. El tabaco me calma, me saca de la locura, de los días para olvidar y, sobre todo, me salva de mí. Es algo que puedo controlar, no es como las tragaperras o la bebida, en la que tanta gente cae. No es bueno, pero sé que es la opción menos mala.  Por paradójico que parezca, me ayuda a respirar. 

Es casi medianoche, estoy en un extraño sopor cercano al sueño y llaman al portal. Me levanto del sofá y abro sin más. Solo puedes ser tú, que otra vez te has escapado del curro. Empieza a ser una costumbre y me recuerdo que debo decírtelo, advertirte antes de que tengamos un disgusto. Abro la puerta y ahí estás. Traes la lluvia en los ojos, frescura en el cuerpo y frío entre las manos.  Antes de preguntar que pasó, que tiene mi niña; saco esa botella de la que solo bebes tú, hielo y un vaso. No decimos nada durante un rato y miro como se consume el cigarrillo entre mis dedos. La rutina suele ser copa, charla y cama. Luego te vas antes de que se den cuenta de tu ausencia. Me gustaría que te quedaras, que durmieses conmigo y poder decirle a tu yo dormida lo que no puedo prometerte cuando estás despierta. Todo irá bien. Cuidaré de ti. Saldremos adelante. Y otras mentiras que me gustaría hacer realidad. Pero antes de que me de cuenta te despides con un  beso y sales por la puerta. Echo la llave y me quedo rumiando.  Pensamientos aderezados con humo. No saldremos adelante. No cuidaré de ti. Ni siquiera creo que todo vaya a ir bien. Apago el cigarrillo en un cenicero donde parece no caber una colilla más. No tenemos futuro. No hay presente. Solo queda un pasado que no acaba de terminar. 

Amanece y camino. Me molesta algo que  llevo en la mochila. Me pregunto que será lo que se me clava en la espalda. Entro en otra farmacia, la tercera que encuentro abierta a estas horas. No me conocen y me miran mal. Enseño mi tarjeta al farmacéutico, un chico joven y más alto que yo. Me mira desde arriba y al ver el TBP-I me da el tabaco y las pastillas con mala cara. Dice que es el último cartón que tienen. Le creo. En mi farmacia habitual llevan dos semanas sin él. Allí no me miran como si tuviese la lepra, solo me ofrecen algún nuevo producto milagroso para dejar de fumar que siempre rechazo. 

Salgo de nuevo. Ya hay mucha luz pero aún no hace calor. Debo darme prisa para entrar a mi hora a currar. Escondo bien la tarjeta y mis reservas de droga. Mucha gente me mataría por cualquiera de ellas. Debo estar alerta, incluso en el trabajo. Ser TBP- I no es bueno, pero las ventajas... Aunque no te dan una vida normal ni te devuelven la salud, mucha gente nos tiene envidia porque se nos permite tomar algunas drogas. Son blandas: tabaco, ansioliticos, tranquilizantes y lo que se dió en llamar el freno. No sé exactamente que es ni que hace. Solo que cada día debo pincharme el dedo para que el escaner vea que me lo he tomado. La información es escasa en los tiempos que corren. Como la comida, las medicinas y el agua potable. Pienso con amargura y me sacudo las malas ideas con un movimiento de cabeza. Paso por el portal donde estaba la pareja de chavales ayer. No están, ni me cruzo con el perro y la chica. Solo hay calles y calles cogiendo temperatura a medida que el sol las calienta. Asfalto quemado de ayer que hoy arderá de nuevo. 
Me entra la neura. Siento la angustia creciendo. Y antes de que la tensión me pueda, me escondo en un callejón y tomo lorazepam. Llego al trabajo a punto y un minuto antes de que cierren la puerta. Estaré todo el día en stand by pero es mejor que subirse por las paredes. Tecleo con tranquilidad en el teclado, casi sin mirar lo que escribo y sin prestar atención. Mi rendimiento es algo menor de lo habitual. Pero cometo menos errores. 

Llega el mediodía. Cerveza y comida fría. Creo que olvidé cerrar la puerta. Me invade la angustia. Tengo que comprobarlo. Está  todo cerrado con llave pero lo compruebo dos veces. Vuelvo y me inquieto pensando que deje un archivo abierto en el curro. No quiero hacer el ridículo pero la angustia es más fuerte que yo. Acabo llamando y la persona que ocupa mi puesto esta tarde me confirma que todo está cerrado.Me fumo unos cuantos cigarros y las paranoias se van. Me pregunto si te escaparás esta noche para verme. Ni siquiera sé si tienes turno. 

Es casi un día nuevo. Pronto amanecerá y hoy no curro. No quiero levantarme. No es por comodidad, es puro agotamiento. Pero necesito un cigarro y nunca fumo en la cama. Cada día hay algún incendio en la ciudad por gente que fuma en la cama. Ayer atendimos tres y eran TBPs, como yo. Lo que no quiere decir mucho porque hoy día somos pocos los que fumamos tabaco. Llamas a la puerta y corro a abrir con el pitillo entre los labios. Veo tus ojos rojos y cansados y hoy no te ofrezco una copa sino mi mano. Te llevo al sofá y nos sentamos. Como siempre, cuesta un poco que te sinceres. Y cuando al fin lo haces no te digo, como hacía antes, déjalo. Ni tienes que salir de ahí. Ni siquiera todo irá bien. Se que nada de lo que diga sirve así que te abrazo y dejo que llores escondida en mi pecho.Cuando te vas tengo la boca seca y la angustia paranoica ha vuelto a emponzoñarme.

Hace tiempo que lo sé. Empiezo a creer que tu también lo sabes. Cuando empezamos te dije que era mala idea, que ni siquiera deberían verte con alguien como yo. En la práctica han dejado de considerarme parte de la sociedad, como pronto te pasará a ti. No puedo casarme, ni tener hijos, ni ejercer una profesión reglada y eso es solo la punta del iceberg. Me han limitado muchos derechos.  Cuando te vi ante mi puerta aquel día aún me pareciste normal, por eso te rogué que te fueses. No debían verte aquí. Con el paso de los días comprendí que no pasarás la siguiente revisión. Dirán que estás loca, que tienes "daños cognitivos incompatibles con el ejercicio de los derechos de los ciudadanos". Si el TAC no muestra daños dirán que estás psicológicamente inestable. Y te  irán quitando poco a poco  todo lo que creías ser. Pero no te preocupes, no es tan malo. Se puede vivir así y a veces es casi un alivio. No tener esas pesadas responsabilidades sobre tus hombros. 

No me queda mucho tiempo. La vida pasa rápido. Ya soy TBP- I y se que llega un momento en que todos desaparecemos sin dejar rastro. En los bares, entre cervezas, la gente divaga sobre nuestro destino. Hay quien dice que nos eutanasian, que no se debe mantener a los locos cuando no hay comida suficiente para los ciudadanos normales. Otros dicen que simplemente nos internan en centros, para pasar lo que nos queda controlados y sin dolor, porque hemos degenerado tanto que somos peligrosos para la sociedad. Y nadie se da cuenta de que les puede pasar a ellos, que todos los TBP fuimos ciudadanos de primera una vez. Llega un día en que no pasas las revisiones, que el psicólogo te pilla en hora baja o que, como en mi caso, el escáner muestra anomalías en el sistema nervioso. 

Me llaman al vídeo, es raro. Casi nadie me llama desde que ya no soy patrullero. Pero una llamada en medio de la noche solo puede significar problemas. Y así es, la operadora me explica la situación, cómo tantas otras veces, y me dice como llegar al lugar. Por supuesto, es en lo alto de un edificio y esta lleno de patrulleros armados. El chico está encaramado sobre la valla de seguridad, nervioso y dispuesto a saltar. Es joven, unos 16. Le pido a los patrulleros que están más cerca que enfunden sus armas y se alejen. Vamos, solo un poco, digo amablemente. Porque, ¿qué sentido tiene apuntar con un arma a alguien que amenaza con tirarse al vacío? Muchos me conocen y se apartan. Otros me miran por encima del hombro. El capitán interviene y todos enfundan el arma, pero conservan su posición.

Me acerco al chico y me siento junto a él, hablandole con calma. Hay un protocolo establecido para estos casos. Nunca lo sigo y; desde que ven que mis métodos, por llamarlos de algún modo, funcionan, me dejan a mi aire. Me limito a ponerme en su lugar, a empatizar con él y disparar frases esperando que alguna le llegue. El truco es sacarlo de si mismo y que se abra a otros puntos de vista. La verdad es que no sé exactamente como lo hago, pero al rato, le tiendo la mano y el chico acepta alejarse del abismo. No es una guerra ganada, solo una batalla. Lo volverá a intentar, todos lo hacen. Los patrulleros se encargan ahora de él. Y me marcho a casa entre las miradas de admiración de unos y desprecio de otros. 

Mañana es tu revisión, o eso creo. No hemos hablado de ello. Hoy no espero que vengas a llamar a mi puerta. Conservarás tu trabajo al principio, me imagino. Te sacarán de las calles y te pondrán a cubrir papeleo, como hicieron conmigo. Luego te darán la inutilidad para el servicio y la tarjeta azul, tal vez alguna pastilla. Y más tarde…Bueno, más tarde te pondrán el chip y estarás bajo control. Mi chip se activa si me acerco a una ventana con intenciones de tirarme, si bebo alcohol, si no tomo el freno varios días seguidos y en mil situaciones más. Cuando tengo paranoias fuertes creo que se activará pero nunca lo ha hecho, salvo en mis pesadillas. 

Lo bueno del deteriorio cognitivo, si se le puede llamar bueno a algo así, es que vas perdiendo la memoria a corto plazo. Recuerdas parte de lo pasado en los últimos días pero los detalles se van. Y la esencia de la vida está en los detalles. No recuerdo lo que me preocupaba ayer, ni al compañero que me gritó en el trabajo por no tener el papeleo a tiempo. No recuerdo la última vez que te vi, se que hace poco pero, ¿cuándo fue y de qué hablamos? Misterios de una mente desamueblada. Sí recuerdo en cambio el miedo, mi miedo por ti. A que te declarasen TBP, a que perdieses tu trabajo y tu vida por mi culpa pero, ¿sería culpa mía en realidad?  ¿No estarías condenada ya antes?

Una patrullera y un TBP-I...¿Qué demonios pasaba por tu cabeza cuando te plantaste ese día en mi puerta? Aunque hace no mucho, apenas unos meses, yo era un patrullero que recorría las calles como tú. Que le tenía lástima a los desechos sociales que son, que somos, los TBP. 

Hoy era el día, tu prueba. Lo anoté en la nevera para no olvidarlo. Cada día olvido más cosas, esto va rápido. Y cuando estoy a punto de salir a buscarte llaman a mi puerta. Espero que seas tú. Pero es el capitán, nuestro antiguo jefe.

Siento molestarte, ¿puedo pasar?
Conozco el protocolo, así que me aparto y abro la puerta del todo. Lo que tenga que decirme no va a ser agradable y prefiero entrar, alejarme de la vista de los vecinos y recibir la noticia sentado. Me imagino que se trata de ti.

Camino por un pasillo pintado de blanco.Me cruzo con personas que caminan despacio, con la mirada perdida, recorriendo el corredor una y otra vez. Ese es el futuro que me espera, pero también es tu presente, lo que me resulta aún más aterrador. He venido a despedirme, nos han concedido eso, gentileza del capitán. Me das más datos, 6 meses te han dicho, cómo máximo. Yo te veo despierta y alerta pero antes de que pase un mes serás otro de los fantasmas del pasillo, un ser vacío que espera su final. Y aunque la enfermedad no estuviese comiéndose tu cerebro daría igual, nadie puede escapar cuerdo de aquí. 

Ya no recuerdo lo que hablamos, quería anotarlo. Creo que traté de consolarte pero no hay consuelo. Lo peor de enloquecer es que una parte de ti es consciente de que te vuelves loco pero otra no es capaz de detenerse. Y llegó la hora de irse. Me preguntas si volveré, mientres aún me dejen entrar,  y te digo que sí. Para mi será peor, ver como te apagas, como dejas de ser tú. A veces olvido que también me estoy apagando y que hace mucho que dejé de ser yo.

Hoy es mi revisión. No me dicen nada, no me dan resultados, solo me dejan en una sala mientras unos médicos discuten, les oigo hablar pero no entiendo lo que dicen. Anteayer, cuando quise ir a verte, no me dejaron pasar. Me explicaron que estabas atada, que te habías puesto mal de noche. Pero aguantaste mucho, más de dos meses. Yo no lo habría hecho mejor. Eres una campeona. Mi campeona. 

Y mientras me conducen por el largo  pasillo blanco, con sus fantasmas vivos en pijama, ya no me preocupa nada. Solo me queda ser fuerte, como tú lo fuiste.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Mentes desamuebladas, fragmento 1: La Novata

Lo que os voy a mostrar hoy es un ejercicio de escritura, un fragmento de una historia en la que trabajo a veces. Más que nada escribo para matar el gusanillo, por así decirlo, pero también para aprender y se me ocurrió crear un futuro distópico para ambientar estos ejercicios prácticos.  Es el mundo de los 'patrulleros', del que espero ir compartiendo algún otro fragmento.El de hoy sirve un poco de introducción, para que veais de que trata, pero la historia son varios relatos diferentes dentro del mismo ambiente. 

La novata

Hoy estoy nerviosa y entusiasmada a la vez, es mi primer día de trabajo. Desde hoy seré agente de policía, del cuerpo conocido de manera popular como los patrulleros. Eso hacen, patrullar las calles, ser la cara visible de la autoridad, y pronto seré una de ellos.

Somos casi una reliquia de tiempos pasados, en los que había diferentes cuerpos armados y todos andaban por las calles. Hoy todo está más centralizado, todo es más burocrático. Pero yo creo que seguimos siendo necesarios, que es bueno que los ciudadanos sepan que estamos ahí.

No se trata solo de atender las llamadas.Nuestra tarea hoy día es, más que investigar delitos, hacernos ver. Aunque, en una sociedad donde el suicidio es la primera causa de muerte, es importante prestar atención y que alguien detecte esos casos a tiempo. Cada día, personas desesperadas se encaraman a lo alto de un edificio con la intención de acabar con su vida.  Por eso, muchos patrullamos desde el cielo. Esa será mi tarea, soy piloto de nave de hasta 8 ocupantes.

Me dirigo al cuartel con paso decidido, con mi ropa en un macuto negro. Ayer me dieron el uniforme, un mono negro con unas franjas azules. Pronto espero llevar las insignias de piloto. Al pasar miro las naves, que están en la azotea de la base, dispuestas para salir a volar. Hoy aún no saldré.

Primero tengo que estar unos días en las oficinas y luego me asignarán un instructor, que será quién lleve los mandos y me irá enseñando el oficio. No me parece mal, me gusta que me enseñen, pero ya sé pilotar sola. O al menos me defiendo bien con una nave. Tengo mucha práctica con el simulador y ya he volado sola en naves en numerosas ocasiones.

Al llegar a la puerta cojo aire, me paro un segundo y la abro. Es algo nuevo, es como empezar el colegio otra vez. La academia se me hizo eterna, los dos años de entrenamiento, de prácticas, de simulaciones. Estaba deseando este momento, lo que no quiere decir que no disfrutase en ese tiempo.

No hay nada que te prepare para lo que pueda suceder ahí fuera, en el aire. Aunque las clases de defensa, de primeros auxilios, de manejo de armas y demás creo que pueden ser útiles. Pero yo lo que quiero es volar y mientras escucho el discurso del jefe mi mente vuelve a la azotea donde despegan las naves. 

"La gente piensa que nos dedicamos a vigilar a los infectados, a los TBPs, pero el problema no son ellos. Lo peor, las personas que no manifiestan síntomas, que no llevan el chip ni toman medicación. Personas corrientes, en apariencia, pero que de golpe deciden arrojarse al vacío. La enfermedad avanza tan deprisa en ellos que las personas a su alrededor no se percatan, ni los detectan las revisiones. Es de un día para otro. Nadie sabe el porqué, pero es así."

El capitán habla sin leer sus notas, parece tener el discurso ensayado y memorizado. Me esfuerzo en prestar atención. 

"Las alturas parecen fascinarles. No se automutilan, ni emplean una soga o toman drogas ilegales. Tampoco se interponen en el camino de un tren o del metro. En todos los casos sin excepción se tiran desde la azotea de un edificio alto o desde una ventana, saltando las barreras que el ayuntamiento instala por todas partes. La mayoría de las ventanas tienen rejas y no por miedo a los ladrones. Pero siguen encontrando la manera de saltar. 

Y ahí entramos nosotros con las naves, las redes y todo un despliegue de medios humanos. Tratamos de salvarlos y nos encargamos de que reciban atención médica. Es lo único que, de momento, se puede hacer".

Se abre el turno de preguntas y un chico rubio muy joven hace la que todos tenemos en mente: ¿cuándo saldremos a patrullar?